Registro del
sonámbulo hablando de insomnio, juguetes y poesía
Yo contemplaba su humanidad de casi treinta años, caminando, con una
lonchera en la mano. Eran los días en
que una fuerza silenciosa me alejaba de la escuela de arte, de la Baca Flor. Yo
no me daba cuenta. Me topé con un afiche suyo, una fotocopia, esa cosa barata
que pegaba con engrudo en las paredes de la ciudad. ¡Cuidado! Poema a bordo.
Volkswagen. Poesía. Ensayé algo teórico sobre el uso de la estética de la
fotocopia en ese momento, no recuerdo el poema, pero sí el sentimiento, algo
bueno, obviamente. Era de noche.
En la Baca Flor me lo presentaron, cuando prácticamente yo no existía
para ese lugar, y quise preguntarle ¿Porqué
carajos llevas una lonchera? Pero no me atreví. Hablamos de su Volkswagen. Nos hicimos amigos, aunque todavía considero esa palabra muy grande. Le gustaba
(le gusta) Ribeyro, Watanabe, Huayco. Hablábamos de ellos y de otros. En el
2008.
En Julio del 2011, Calirtox (así comencé a llamarlo hace mucho) me
pidió que escriba algo sobre su obra, sobre su reciente obra. Así que me tomé
en serio el papel de crítico, pero no funcionó. Estuve revisando sus blogs y
algunas fotos de registro de su obra, incluso, salí a la calle a buscar sus
afiches para encontrar esa verdad que, según Watanabe, nos revela la vida, pero
no encontré nada, sólo que me gustaban sus poemas y el color encendido de sus
nuevos afiches. De nada me sirvió retomar textos de semiótica o de crítica. Hay
algo en la obra de Sánchez que me deja simplemente satisfecho, como si todo lo
que tendría que haberse dicho ya se hubiese dicho. Algo parecido a la
tranquilidad. Entonces recuerdo el ejemplo que Oswaldo Reynoso me ofreció hace mucho. ¿Cómo entiendes a las palomas? ¿Mirando el grupo de palomas que vuelan
por el aire o diseccionando a la paloma en el laboratorio? Esto es poesía, el
que quiera, que entienda.
La obra de Carlos Sánchez, a primera vista, puede resumirse a la
timidez del niño enamorado que desea impresionar a su musa. Por eso los textos
suaves, simples, transparentes. Por eso los juguetes que construye, los
personajes que inventa, las historias que cuenta. Tal vez Carlitox, para combinar con este discurso, necesita, cada cierto tiempo, hacerse niño, tal vez sea una cuestión de ritual, tal vez sea algo
patológico… ¿Porqué un tipo de treinta años anda por las calles con una mochila
pequeña, de esas que usábamos en el colegio, y una lonchera? No sé.
Entonces, te detienes en su trabajo, te detienes en la calle a
contemplar su trabajo: poesía en diversos formatos, dejados por el azar o la
melancolía, sobre las paredes de la ciudad. Allí están los stickers y las
fotocopias de poemas que llevaban el sello de Crayola Negra, otro proyecto o (pseudónimo?) de Carlitox; allá, sus
juguetes elaborados a partir de latas de leche, papel craft, chapitas y poesía;
más allá, la rayuela sobre la que escribió un poema; y ahora, sus Carros Calaveritas.
Entonces, sonríes. No imagino otra reacción al encontrar un trabajo de
Sánchez. Tal vez sean los detalles que rodean su obra: los trazos infantiles
perfectamente desordenados, la ubicación de sus trabajos en los lugares más
audaces, la tipografía de máquina de escribir -porque Sánchez escribe en
máquina de escribir, todo un lujo-, etcétera. Y estos materiales, manipulados
con la destreza de un boy scout, para construir un puente. ¿Un puente? Claro.
Un puente. Para que las personas como usted o como yo, transeúntes anónimos del
zoológico humano, podamos atravesar, por un momento, hacia lugares desconocidos
y bondadosos. Un puente. Para cruzar hacia el paisaje que construye un niño de
treinta años que pasea por la ciudad con una lonchera. Un puente para llegar a conocer algo importante, algo muy importante que Carlos Sánchez, nos acerca…
nuestra propia capacidad de ser humanos, de ser niños, de sentir, de sonreír,
tal vez.
Pero… ¿Quién es Carlos Sánchez? Creo que es poeta y de pasadita,
artista visual, eso creo. Ex- alumno de la Escuela Pública de arte Carlos Baca
Flor de Arequipa. Y a pesar de eso, artista visual, artista urbano, interventor,
gente chévere, pendejo, cursi, aniñado, loco, ¡interventor! Todo o nada de eso.
Es el tipo que realiza un trabajo discreto, anónimo y bonito. Alguien que
navega dentro de sí mismo para coger elementos que puedan construir un mundo
nuevo allá afuera, afuera, donde parece que lo único importante es aquello que
puede separarnos: la cosa material. Entonces, Sánchez, trabaja con la única
herramienta capaz de transformar el status quo: la metáfora; y con la metáfora,
da forma a todos estos elementos con los que diariamente juega: los recuerdos,
la nostalgia, los colores, la vida, los juguetes, la música, la familia, la
palabra y una increíble capacidad para volver a ser niño, siempre.
Entonces, así es fácil ser artista y construir naves que puedan llevar
a todo el mundo su mensaje. Carros Las Calaveritas cumple esa misión: trasladar
poesía hacia todos los lugares. Y si tengo algo más que decir sobre el trabajo
de Carlitox, es que hay algo en su poesía que me recuerda a Luchito Hernández.
Hay mucho, en todo caso. Y, aunque el trabajo artístico(sic) de Carlos Sánchez
aún no haya sido evaluado con el respeto que se merece, y pase mucho tiempo
antes de que algún crítico engreído o colega envidioso se atreva a hacerle un
comentario favorable o darle un espacio entre el mainstream characato (decir
peruano sería un pecado, qué pensaría Jorge Villacorta), creo está muy cerca el
momento en que la sociedad de los poetas muertos de mi querida y sucia blanca ciudad se fije en él, y quién sabe, hasta lo celebre, pero, supongo que eso a
Calirtox, no le interesa, en hora buena.
Carros Las Calaveritas está convirtiéndose, históricamente, en parte
del club de los mejores representantes de la poesía peruana, aquella que no
aparece en antologías, aquella que no necesita editores, aquella que no conoce
de redes sociales, aquella a la que le basta un poco de aire, mucho cariño y
por supuesto, cojones. El underground peruano está viendo aparecer a su nuevo
heredero: Carlos Sánchez -carroza fosforescente, chicha dura, sticker incluído:
“en este carro, todo es chévere: la poesía, la música y el chofer”- y al que
diga lo contrario, que se cuide de Las Calaveritas y los choferes de combi. He dispuesto
mi profecía, elaborado este registro. Carros Calaveritas me debe unas chelas.
Augusto Carrasco
Arequipa. Medianoche.
Vicisitudes: No puedo
entender a Carlitox. Mejor así.